Kropotkin: La conquista del Pan II
21 Aug 11 - 01:22
"Somos ricos en las sociedades civilizadas.

¿Por qué, entonces, esta miseria en torno de nosotros?

¿Por qué ese trabajo penoso y embrutecedor de las masas?

¿Por qué esa inseguridad sobre el mañana aún hasta para el trabajador mejor retribuido, en medio de las riquezas heredadas del ayer y a pesar de los poderosos medios de producción que darían a todos el bienestar a cambio de algunas horas de trabajo cotidiano?

Los socialistas lo han dicho y repetido hasta el cansancio y lo han demostrado tomando los argumentos de todas las ciencias:
.jpg)
porque todo lo necesario para la producción, el suelo, las minas, las máquinas, las vías de comunicación, los alimentos, el abrigo, la educación, el saber, ha sido acaparado por algunos en el transcurso de esta larga historia de saqueos, éxodos, guerras, ignorancia y opresión en que ha vivido la humanidad antes de aprender a dominar las fuerzas de la naturaleza.

Porque esos mismos, amparándose en pretendidos derechos adquiridos en el pasado, hoy se apropian de dos tercios del producto del trabajo humano, dilapidándolo del modo más insensato y escandaloso.

Porque reduciendo a las masas al punto de no tener con qué vivir un mes o una semana, permiten al hombre trabajar solamente si se deja quitar la parte del león.

Porque le impiden producir lo que necesita y lo fuerzan a producir, no lo necesario para los demás, sino lo que más grandes beneficios promete al acaparador."

La Conquista del Pan
DESCARGA (libro en castellano):
 |
http://www.4shared.com/document/F_L7TBh0/Conquista_del_pan.html |
"Desaparecido el gobierno, el ejército, vacilante por la oleada del levantamiento popular, ya no obedece a sus jefes.

Cruzándose de brazos, la tropa deja hacer, o con las armas en alto se une a los insurrectos.

La policía, con los brazos caídos, no sabe si reprimir o gritar: “¡Viva la Comuna!”. Y los agentes de orden público se meten en sus casas “a esperar el nuevo gobierno”.

Los grandes burgueses preparan su equipaje y se ponen a buen recaudo. Sólo queda el pueblo. Así se anuncia una revolución.

Se proclama la Comuna en varias grandes ciudades.

Miles de personas se vuelcan a las calles, y concurren por la noche a asambleas improvisadas, preguntándose: “¿Qué vamos a hacer?”, y discuten con ardor las cuestiones públicas.
Todo el mundo se interesa en ellos; los indiferentes de la víspera son quizá los más exaltados. Por todas partes mucha buena voluntad y un vivo deseo de asegurar la victoria. Se suceden los actos heroicos. El pueblo desea sólo marchar adelante.

Todo esto es bello, es sublime. Pero no es todavía la revolución. Al contrario, es ahora cuando va a dar comienzo el trabajo del revolucionario.

...
Redactarán leyes y emitirán decretos llenos de frases sonoras, que nadie se preocupará en hacer cumplir, justamente porque se está en plena revolución

Para darse aires de una autoridad que no tienen, buscarán la sanción de las antiguas formas de gobierno. Elegidos o aclamados, se reunirán en parlamentos o en consejos de la Comuna.

Allí se podrán encontrar hombres pertenecientes a diez, a veinte escuelas diferentes –que no son capillas particulares, como suele decirse– sino que corresponden a diversas maneras de concebir la extensión, el alcance y los deberes de la revolución.
Posibilistas, colectivistas, radicales, jacobinos, blanquistas, forzosamente reunidos, perderán el tiempo en discutir. Las personas honradas se confundirán con los ambiciosos, que sólo piensan en dominar y en despreciar a la multitud de la cual han surgido. 
Llegando todos con ideas diametralmente opuestas, se verán obligados a formar alianzas ficticias para constituir mayorías que no durarán ni un día; disputarán, se tratarán unos a otros de reaccionarios, de autoritarios, de bribones; incapaces de entenderse acerca de ninguna medida seria, perderán el tiempo en discutir necedades;

no lograrán más que dar a luz proclamas altisonantes, todo se tomará seriamente, pero la verdadera fuerza del movimiento estará en la calle.

Todo esto puede divertir a los que gustan del teatro. Pero no se trata aún de la revolución. ¡Nada ha sido hecho aún!

Durante ese tiempo, el pueblo sufre. Se paran las fábricas, los talleres están cerrados, el comercio se estanca. El trabajador ya no cobra ni aun el mezquino salario de antes. El precio de los alimentos sube.

Con esa abnegación heroica que siempre lo ha caracterizado, y que llega a lo sublime en las grandes épocas, el pueblo tiene paciencia. Él es quien exclamaba en 1848: “Ponemos tres meses de miseria al servicio de la República”, mientras que los “representantes”y los señores del nuevo gobierno, hasta el último policía, cobraban con regularidad sus sueldos. El pueblo sufre. Con su ingenua confianza, con la candidez de la masa que cree en los que la conducen, espera que se ocupen de él allá arriba, en la Cámara, en la Municipalidad, en el Comité de Salud Pública.

Pero allá arriba se piensa en toda clase de cosas, excepto en los sufrimientos de la multitud.

...
El pueblo sufre y se pregunta: “¿Qué hacer para salir de este punto muerto?”.

¡Y bien! A nosotros nos parece que hay una respuesta a esta cuestión:
Reconocer y proclamar que cada uno, cualquiera que haya sido su lugar en el pasado, cualquiera fuese su fuerza o su debilidad, sus aptitudes o su incapacidad, tiene ante todo el derecho a vivir, y que la sociedad debe repartir entre todos, sin excepción, los medios de existencia de que dispone. ¡Reconocerlo, proclamarlo y obrar en consecuencia!

Actuar de forma tal que, desde el primer día de la revolución, el trabajador sepa que una nueva era se abre ante él; que en lo sucesivo nadie se verá obligado a dormir bajo los puentes junto a los palacios, a permanecer en ayuno cuando hay alimentos y a tiritar de frío cerca de las tiendas de ropa. Sea todo de todos, tanto en realidad como en principio, y que se produzca al fin en la historia una revolución que piense en las necesidades del pueblo antes que en leerle la lista de sus deberes.

Esto no podrá realizarse por decretos, sino tan sólo por la toma de posesión inmediata, efectiva, de todo lo necesario para la vida de todos; tal es la única manera en verdad científica de proceder, la única que comprende y desea la masa del pueblo.

Tomar posesión, en nombre del pueblo sublevado, de los graneros de trigo, de los almacenes atestados de ropa y de las casas habitables. No derrochar nada, organizarse rápidamente para llenar los vacíos, hacer frente a todas las necesidades, satisfacerlas todas; producir, no ya para dar beneficios, sea a quien fuere, sino para hacer que viva y se desarrolle la sociedad.

Basta de esas fórmulas ambiguas, como la del “derecho al trabajo”, con la cual se engañó al pueblo en 1848 y con la que se trata de engañarlo aún hoy. Tengamos el coraje de reconocer que el bienestar, ya posible desde ahora, debe realizarse a todo precio.

Cuando los trabajadores reclamaban en 1848 el “derecho al trabajo”, se organizaban talleres nacionales o municipales y se los enviaba a trabajar duramente en ellos por unas pocas monedas diarias.

Cuando reclamaban la organización del trabajo, les respondían: “Paciencia, amigos; el gobierno va a ocuparse de eso, por hoy acepten estos centavos. ¡Y después de cada jornada dedíquense a descansar, trabajadores esforzados, ya bastante tienen con el cansancio de toda una vida!”.

Y entretanto, se apuntaban los cañones, se convocaban hasta las últimas reservas del ejército, se desorganizaban a los propios trabajadores por mil medios que los burgueses conocen perfectamente. Y cuando menos lo pensaban, les dijeron: “¡O se van a colonizar África, o los fusilamos!”.

¡Muy diferente sería el resultado si los trabajadores reivindicasen el derecho al bienestar!

El derecho al bienestar es la posibilidad de vivir como seres humanos y de criar a los hijos de forma de hacerlos miembros iguales de una sociedad superior a la nuestra,

mientras que el derecho al trabajo es el derecho a continuar siendo siempre un esclavo asalariado, un hombre de labor, gobernado y explotado por los burgueses del mañana.

El derecho al bienestar es la revolución social; el derecho al trabajo es, a lo sumo, un presidio industrial.

Ya es tiempo de que el trabajador proclame su derecho a la herencia común y que tome posesión de ésta."
|
|
Agregar un comentario